Programa Interdisciplinario de Investigaciones en Educación (PIIE)
De la reciente entrega de resultados de la medición SIMCE diferentes actores han destacado la vital importancia que tiene en el proceso de aprendizaje una buena convivencia escolar, afirmándose incluso que es el ámbito que explica de forma importante las diferencias en los puntajes obtenidos entre establecimientos de similar nivel socio-económico. Esto es algo que desde hace muchos años hemos expresado distintos actores sociales y académicos, aunque muchas veces sin ser escuchados por los responsables de las políticas educativas. Por esta razón, relevar esta información y entregarla a la opinión pública, indica a nuestro juicio, una apertura a reconocer aspectos de la calidad de la educación que van más allá de la exclusiva medición de conocimientos y asignaturas. En ese sentido, más allá de que el modo concreto de evaluar la dimensión de convivencia escolar o de posibles dificultades a la hora de construir rankings sobre la base de información cualitativa de suma relevancia, creemos que es un paso adelante poner el foco en aspectos hasta ahora postergados.
Abordar el tema de la convivencia escolar debiera constituir una preocupación primordial en el proceso de formación escolar hoy en Chile. Un propósito central del sistema escolar debe ser generar ambientes armoniosos que faciliten relaciones de respeto y empatía entre los niños, niñas y adultos que conviven en la institución escolar. En contextos educativos donde abundan la tensión, el aburrimiento, el temor y la frustración, como es la vivencia cotidiana en muchas escuelas de Chile, es difícil que nazcan relaciones empáticas y aprendizajes significativos y de calidad. De la solución a este dilema depende que los niños recuperen el sentido y el agrado por aprender y que los docentes encuentren satisfacción al enseñar.
Por ende, uno de los desafíos a los que hoy se enfrenta la política educativa es cómo desarrollar ambientes escolares con mayor bienestar, donde niños y adultos vayan construyendo una nueva forma de convivir. Es una tarea prioritaria, tanto por su incidencia en los aprendizajes formales ciertamente insuficientes de nuestros niños, pero muy especialmente, por la importancia que tiene para la formación integral de nuestros niños y jóvenes. Dar respuesta a los desafíos en inclusión social y de fortalecimiento de los lazos sociales es de una relevancia capital para la convivencia ciudadana y el futuro de nuestro país.
La promoción de climas escolares que produzcan agrado y bienestar, basados en relaciones empáticas y respetuosas entre las personas, ha sido un tema débilmente visibilizado, y aún más precariamente implementado, desde las directrices curriculares y las sucesivas políticas educativas que las implementan. Por el contrario, mucho tiempo, recursos y esfuerzos se han destinados en el sistema escolar, casi exclusivamente, a entrenar a los estudiantes para que rindan en test estandarizados, empobreciendo su experiencia escolar, presionando a las escuelas y estresando a los docentes. Hoy es una buena oportunidad para dar un giro.
Avanzar en el mejoramiento de los climas escolares, especialmente del clima emocional en el aula, no es una tarea simple, pero hay que facilitarla, promoverla y apoyarla desde las políticas educativas, disminuyendo la segregación social, la presión sobre las escuelas y la competencia descarnada a la que se somete al conjunto de los actores del sistema escolar. Esto crea condiciones de base para una adecuada convivencia escolar. Sin embargo, sabemos que impactar a ese nivel no es suficiente, también se deben implementar metodologías específicas y cercanas a las realidades escolares. Solo de ese modo se puede avanzar con la urgencia que se requiere, aunque sin voluntarismo, en la construcción de una experiencia escolar más gratificante, plena e inclusiva.